ESTADIO ROMÁN VALERO

Hoy realicé una visita de domingo al mítico Román Valero, estadio en donde el fútbol huele a cemento, se viste con botas Adidas Copa Mundial, suena a gritos sin partitura y sabe a bocata de panceta. Hastiado del fútbol postmoderno, en donde todo es artificio y opacidad, en donde los aficionados solo son los dígitos de su cuenta corriente, hoy he resucitado mi pasión de niño, gozando de un club modesto, gota a gota pensado. 

“El Mosca”, un clásico de Tercera que llegó en los setenta a Segunda y que hoy navega sin remanso en la I Regional Preferente, es de esos clubes modestos, auténticos, apegados a su enclave, de balances frugales y que reúnen los domingos a las doce a un par de centenas de vecinos fieles a su equipo, nacidos en un barrio del sur de los de toda la vida. En los altos de Usera, colindantes a mi Avenida del Manzanares, en donde pasé mis felices ocho primeros años de mocedad, ahonda en mí la sensación de que la belleza más pura puede aparecer desnuda, limpia y sin afeites entre las calles de un arrabal, con sus casas bajas, sus grafitis y las partidas de mus de sus parques. Allí, divisando la vega del río en donde orillan mis recuerdos, a pesar del derribo del coloso Calderón, que se llevó consigo nuestra juventud y buena parte de la pasión por unos colores que nos encienden las venas, se sigue soñando en rojiblanco.
















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