GÓNGORA, POETA PARA UNA SEGUNDA JUVENTUD



  Ciertamente, atravieso durante estos meses un momento vital que me permito llamar "segunda juventud" -tengo 26 años, aunque no sé realmente si es así o al revés. Mañana se lo pregunto a mi pediatra.-, en el que sin impás me veo bastante sobrecogido -…, de verdad, tampoco en esta publicación quiero molestar a ningún afiliado ni votante ni amigo de afiliado ni amigo de votante del PP, ni del de Algete ni del de ninguna localidad de El Extranjero, ni a nadie.-, entre los apuntes de la Oposición de profe de Lengua para instituto, y los versos y prosas de los autores que en cada tema he de repasar con más placer literario que memoria de opositor que ve cómo en unos mesecitos, cada vez más breves -como si lo estuviese disfrutando y todo...-, se le viene todo el trajín encima y sin arcabuz solvente anda uno ante aquella tesitura. 
  El caso es que yo siempre he sido de Quevedo y ciertamente cada día con más fuerza pienso eso que dijo Jiménez Losantos en referencia a Pablo Iglesias en una charla hace cierto tiempo: Emilio, "me recuerdas a mí cuando era gilipollas". Desde que comencé a leer su obra, allá por mis ya lejanos dieciséis, admiré al poeta madrileño no sé si por nuestra ciudad de origen compartida, por sus cucas gafitas, esas que reciben el nombre de su apellido de pila literario; o por que cuando realicé mi Trabajo de Fin de Grado de Hispánicas consideré buen tema sus jácaras para hacer de su estudio el material mediante el cual pudiese, además de pasarlo bien, cumplir con las expectativas académicas marcadas. Ni que decir tiene que sus versos más de una risa locuaz me han provocado, que me siento bastante cercano a su personalidad de guerrillero montaraz que prefiere cargar el acero antes de encontrar al oponente, que mantiene una idea ciertamente barroca de la vida -un paseo por el mar con mucho barro y no menos rocas- y que decide pasar sus viernes pensando en el aturdimiento que en nuestras mentes provocan los andares de una dama que rezuma su terso aroma mientras nos mira al cruzar la calle. Sí, los feos nos conformamos con poquita cosa.
  Con Góngora me pasa algo curioso. En efecto, a mí me influye bastante que el autor me caiga bien, al leerle como poeta de mi mesita de noche, y realmente el poeta cordobés digamos que caerme majete no me cae, pero le veo como al abuelito cascarrabias, verde e impaciente que guiña un ojo a su nieto cuando le ve hurtar chocolate de la nevera, como un Lazarillo que sólo tiene por madre piadosa su mundano apetito. En ocasiones, me defraudo a mí mismo de nuevo, hay versos que se me repiten, otros que pienso que enamoran al más cartujo –“Amadores desdichados/ que seguís milicia tal/ decidme, ¿qué buena guía podéis/ de un ciego sacar?”; “mientras a cada labio, por cogello,/ siguen más ojos que al clavel temprano” - y otros tantos que aún sigo sin comprender –“pálidas señas cenizoso un llano”; “cuando fatal carabela,/ émula (mas no) del humo,/ (en dos corchos repetidos)/ aferró puerto seguro”-,  aunque tampoco busco entenderlo, igual que cuando me pongo a escuchar la voz ronca de la eternamente bellísima Bonnie Tyler, fulgor sonoro algo siniestro -conceptismo algo culterano on fire-, que ya me llena sin ponerla mucha atención.
  En cualquier caso, ¿qué narices -este término le sienta muy bien a este tema- hago yo eligiendo entre uno y otro si los dos son geniales, como un mágico estrambote colchonero en un derbi de El Manzanares? ¿Por qué uno tiene que elegir entre un buen Rioja o un buen Ribera, si uno puede beberse los dos? Con las dos Esperanza que visten de gracia y azahar los barrios de la mestiza Triana y La Macarena añeja, con Madriz y Barselona - que sigue siendo "bona" ahora que tanto "sona"-, con los pueblos de La Mancha y las calas de Levante, con el Partido Comunista de España y el pecé, con los equipos de la capital de La Meseta y la de El Sur: con el glorioso Atleti y el Curro-Betis. Con Sevilla.

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