EL 8M Y JOSEFINA SAMPER, LA ABUELA DE LOS OLVIDADOS


    




 






 






El obrero tiene más necesidad de respeto que de pan》,  Karl Marx.


   Hace ya varias semanas que enterramos entre un mar de flores y memoria a Josefina Samper, y la verdad es que sigo con las manos heladas y el corazón en un puño. De levantarlo todavía no me he cansado, pero he de decir que ahora mismo vivo más de recuerdos y semblanzas sentimentales que de instruido argumentario y parafernalia en la cotidianeidad de mi pensamiento político.  
   Este jueves 8 de marzo, a escala nacional, se ha organizado, a la semejanza de los acaecidos en otros países más civilizados al respecto, una huelga general feminista, que tiene que ser todo un éxito reivindicativo y con efectos en acto frente a tantos ataques que la mujer sigue sufriendo hoy en día, empezando por el plano doméstico y siguiendo por el laboral. Creo que podría ser además el mejor tributo que a Josefina y a tantas mujeres abanderadas de la justicia social les debemos hacer, además de contar con la solidaridad y el compromiso de los hombres, cuya labor también es necesaria aunque ellas sean el actor principal de esta batalla de la que seguro saldremos victoriosos.
   Con Josefina y Marcelino, y con otros tantos, se nos fue una tan digna España como gloriosamente perdedora en la sordidez de las trincheras (《Enorgullécete de tu fracaso,/ que sugiere lo limpio de la empresa:/ luz que medra en la sombra, más espesa/ hace la sombra y más durable acaso.》, que decía García Calvo); valiente, sensible, solidaria, sin ensimismamientos ni egolatrías, sin ganas de dejar de dar batalla por unos ideales que siguen tan vivos como ellos mismos tras su muerte. Con ellos fallecen varias generaciones y, en buena parte, un PCE que estuvo más preocupado en echarle valor a la lucha obrera que en debates casi siempre irrisorios,  multiplicados y multiplicadores de facciones fraccionadas que nada generan más que la inestabilidad bajo la que, tras la barrera, se enorgullece nuestro enemigo.
   Por la lozanía de mis costuras, conocí a Josefina ya con canas y poblada de tantas arrugas como valores perennes mostraba en su eterna sonrisa, que siempre estaba en pie a pesar de la que estaba cayendo. De hecho, hace poco también fue nombrada Hija Predilecta de su tierra, de Andalucía, paraíso de este país del que también provenía mi yaya. Seguro que sus nietos siempre tendrán en su recuerdo lo que es tener una abuela andaluza: el fino tacto humano y la palabra tersa como una rosa sentados en la mesa, sin ninguna abundancia pero siempre luchando por el buen clima y el prosperar de sus seres queridos. La bondad, la bonhomía, fueron sus manos, las tejedoras iniciales de un primigenio Movimiento Democrático de Mujeres, cuyo lema fue luchar hasta el final con esperanza y defendiendo la alegría como único instrumento hacia la victoria.
   Por esas mujeres de la lucha contra el franquismo, que con el calor de su cariño cosían los jerseys de sus camaradas, somos lo que somos, aunque debamos cada vez ser más como ellas eran: el milagro que iluminaba las oscuras cárceles, los besos que valoran cada fruto y cada don del alma, como los que nuestros abuelos daban al pan cuando se nos caía, conociendo bien su valor al haber probado el agrio sabor de su ausencia.
  Josefina: me imagino que ya andarás en paraísos socialistas con tu inseparable compañero Marcelino, junto con otros camaradas de la vida. No sé exactamente dónde, pero de lo que estoy seguro es que ya estás bajo el abrigo del cielo que en vida te ganaste, porque el cielo es para los valientes.


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