REAL MADRID Y ATLETI: LAS DOS ORILLAS DE LA TRINCHERA

En primer lugar y ante este trajín en el que me he metido queriéndolo con desmedido afán, he de confesar, ante posibles críticas razonables, que yo soy un firme y acalorado defensor de que todos los niños deberían ser madridistas de pequeños, aunque siempre que nazca un bebote conocido intente llevarle cuanto antes alguna alhaja en forma de dádiva colchonera, a pesar de que rápidamente me salga competencia de vertiente merengona. Uno tiende al chovinismo, al menos en el plano futbolero, pero es consciente de que esos bellos seres ingenuos recién llegados a la vida no merecen empezar a sufrir tan pronto.
   Desamarrando los cabos, podemos afirmar  que el Real Madrid es seguramente una de las más exitosas empresas de la Historia de España, ya que lleva navegando más de un siglo a toda vela, como una central térmica vasca: la plenitud de la producción rentable, victoriosa  y constante al más alto nivel. El Atleti es una fábrica artesanal, en donde todo se mide de jornada en jornada, situada en una zona rural (ya hasta hemos pasado de jugar como local en nuestra modesta casa baja a la orilla del río, pegadita al centro de Madrid, a campear en un descampado de las afueras…), bastante familiar y en donde suele primar la cuidada calidad del producto sobre el rendimiento dinerario que aportaría una cantidad de producción muy boyante. Lo malo: que aquí siempre a la larga ganan los mismos y que la chica guapa, rubia, seria y madridista que tenías en tu altar sentimental de la mocedad, en contra de tu ilusión, absolutamente quimérica, decidió enrolarse en un campamento de verano al barco y del brazo del más imbécil y guapo de la clase (esa doble cualidad suele encontrarse con bastante frecuencia…), que además también era del Real Madrid, otro Julio Iglesias de los cientos de miles que hay en este mundo, del que, al menos, algunos madridistas son hijos. Así salen tan guapos, serios, buenos estudiantes y listos…
   Navegar siendo una excelsa carabela teniendo siempre todos los vientos a favor (ser mayoría, contar con el fiel favor de la mayor parte de la Prensa, ser el club más rico a nivel nacional y de toda Europa junto con el United , etc.)  puede enlazarse a su vez con esa voluntad de ser de la que hablaba Schopenhauer, con esa elección personal que uno ha de tomar con la batalla de la pubertad vencida entre la moral de amo y la moral de esclavo nietzscheanas.
   El Real Madrid, el equipo con mayor vocación nacional de nuestro país –algo que se intuye con sólo observar la banda rojigualda de sus blancas equipaciones fundacionales, analizando su labor como embajador deportivo  de mayor solera del país y acercándose a estudiar las relaciones entre el fútbol y el poder político en España-, no solo es el equipo de los ricos, como se dice frecuentemente. También es el que mayor apoyo tiene entre la clase obrera, no en tan alto porcentaje pero sí es al que la mayoría de los españolitos de a pie abraza. Quizá en el Real Madrid esté la transversalidad que buscaba Podemos. Seguro que el merengue Íñigo Errejón, al que todavía no le dejan presentarse en firme ni a secretario de su clase del cole, estará de acuerdo conmigo. Resulta bastante comprensible esa transversalidad, como la que provoca el jamón de pata negra, el vino de barrica noble y los mercedes negros con asientos de cuero y masajeador incorporado. Incluso es hasta entendible que los obreros más modestos en lo monetario se agarren a la excelencia de resultados de un equipo de fútbol para soñar de vez en cuando con una gloria tan alta sentida desde tan abajo.
   El Real Madrid es el equipo del fútbol europeo que más rara vez falla, generalmente en momentos de escasa importancia global, y, cuando tiene que ganar, gana siempre. Está determinado a la gloria, por factores muy diversos, pero eso le condiciona, generando cierta altivez y gallardía en sus seguidores, que los hay muy variados respecto a sus cualidades humanas y éxito vital. También los ganadores en el fútbol que son además ganadores en lo que no es el fútbol merecen sentirse representados por un equipo y ese suele ser el equipo más laureado de la Historia del fútbol, que, como ven, es mucho más que fútbol.
   La moral de amo, que valora el orgullo bajo el criterio dicotómico del bien y el mal, va siendo desarrollada a lo largo de las temporadas por los aficionados merengues como fe en la lucha contra la debilidad, que les lleva a mostrarse muchas veces impasibles ante las injusticias con tal de volver a sentir esa dulce sensación que siempre deja la victoria. Los colchoneros, como principales propulsores del antimadridismo, hemos de convivir además con nuestro máximo rival como vecino, al otro lado de la acera, como si de un escaparate de golosinas frente a un colegio se tratase. Y ahí es en donde nace ese sentimiento de rebeldía como paso de la infancia a la madurez, porque, aunque ya no soy virgen, sigo siendo cristiano (en minúsculas, algunas palabras pueden ser infinitamente más valiosas y antónimas a la misma palabra encabezada con una mayúscula, que a su vez tendría una semántica minúscula); y sé que pocas labores pueden acarrear tanto placer como sacar a los mercaderes del templo en aquellas finales de Copa, aunque las europeas tengan un desenlace bastante diferente y nos volvamos a casa con el corazón en una mano y el pañuelo en la otra.
   Elegimos un día alistarnos en la moral de esclavos, ser incrédulos de fe ciega a nuestra religión futbolera y hostiles a lo que sentimos como negativo, actuando en consecuencia de lo que nos traiga la vida, con fidelidad a nuestros principios,  alegrándonos de nuestros éxitos, que son pocos, y también disfrutando, aunque menos, las derrotas deportivas y también morales, de nuestro eterno rival, que son aún menos que nuestros reseñables éxitos anuales. Del Atleti se puede nacer, pero es imprescindible ir haciéndose por elección propia; al contrario que ocurre con el madridismo, que es tan fácil de abrazar al nacer que no necesita su aficionado ir haciéndose, porque acostumbrarse al caviar de casi siempre es muy fácil para todos.
   Esto no significa que todos los aficionados madridistas sean infieles, claro que no, ya que los hay de enorme arraigo, pasión, entrega y casticismo; aunque es bastante difícil probar la fidelidad si uno siempre recibe continuamente bonanzas y talones a cobrar. Los hay muy fieles, yo conozco a alguno, pero son una minoría dentro de una mayoría muy mayoritaria que también es bastante difícil de descifrar, en donde prima lo que prima mayoritariamente en la sociedad de la que emanan.
   Perder siempre es una mierda, ganar siempre es también un peñazo. Qué recuerdos de cuando en el bachillerato y en la Carrera -lo pongo con mayúscula porque yo, las que empiezan con minúscula, nunca las acabo...- uno sufría estudiando como un mamón y lo pasaba peor que en semana de abstinencia de cocido madrileño. Pues al final uno se queda diciendo: joder, soy masoquista, joder, soy gilipollas, pero que me quiten lo bailao... Si me lo llegan a regalar, pues no lo hubiera sufrido pero tampoco hubiera disfrutado de este grato recuerdo al rememorarlo. Sí, en ocasiones lo malo luego es bueno, nunca al revés.
   El seguidor del Real Madrid desea ver en su equipo el arte hecho fútbol e, incluso, si lo ve en el contrario a veces hasta se levanta para aplaudirlo. El estadio hecho teatro de ópera, adonde van más de 80.000 personas cada domingo a ver a un equipo ganar a otro exigiendo que por los buenos doblones que pagan por su entrada jueguen mostrando la plenitud de sus cualidades.
   El sentimiento atlético y, a su vez, el consiguiente antimadridismo es de una forma u otra la vida hecha idilio deportivo. Es entender que el fútbol es, además de un sacacuartos y un infarta-corazones, una forma de hacer la guerra en un terreno de juego cada fin de semana, bajo un reglamento marcado, que en ocasiones es más justo para unos que para otros y casi siempre con todas las de perder, siendo el David errante que desea como único objetivo superar al siempre victorioso Goliat . Y somos conscientes de ello, pero nos gusta sentirnos representados en ese ente abstracto, sentir que los nuestros juegan con nosotros y hacen todo lo posible por ganar para nosotros, como si de una victoria vital frente al más fuerte enemigo se tratase.
   Cada uno es quien es porque es como es en base a su experiencia y a sus circunstancias, como explicaba Ortega. Ir al Calderón era desear vivir cada domingo la liberación del hombre con el sabor de la melancolía en los labios, ver un gran espectáculo en la grada y un casi siempre muy escueto partido en el césped. Nosotros vamos a animar, a jugar el partido, no a disfrutarlo plácidamente. Los madridistas van al fútbol a aprender de fútbol y a ver buen fútbol. Los atléticos vamos al fútbol a ver al Atleti aunque juegue con siete cojos, dos ciegos, uno con tres piernas y otro con una pierna biónica y otra de plomo, que según Paco, el del bar de la esquina, no controla mal la pelota cuando le viene al interior y rasa, aunque no sé bien a cuál de las dos piernas se refiere. Al seguidor del Atleti generalmente le da igual si su equipo juega bien o mal. Con que gane de cinco le vale, con que gane de dos le vale, con que gane de uno (lo que ocurre casi siempre cuando ganamos) le vale,  hasta cuando empata le vale si le han echado valor y, coño, hasta cuando caemos eliminados, pongamos como ejemplo: en casa, en semis, frente al eterno rival y en la última noche europea de nuestro Calderón y bajo una tormenta como la de Noé, pues nos vamos a casa con orgullo, emocionados, porque los nuestros son nuestros y hasta con eso nos vale.
   No creo que sea ningún agorero si les recuerdo que para perderlo todo en el último minuto hemos venido a la tierra en cigüeña (en algunos casos, no era blanca, seguro) hasta la tierra. El Real Madrid es un concierto de Plácido Domingo, la música acompasada a través de una voz excelsa que emociona con la tersura de su entonación mientras millones y millones de personas aplauden al unísono al tenor por haberles dado otra noche memorable. El monumento celestial por encima de la pasión y la dureza de las arduas labores construidas hilo a hilo. 
   El Atleti es el bocata de chicharrones de la resaca, echar el mejor polvo de la Historia con la mujer de tu vida en una madrugada de primavera, que te deje a las dos semanas por un fuertudo de gimnasio y tirarse después unos cuantos meses sin mojar ni las galletas, buscando de nuevo cada noche al amanecer encontrarte otra vez con la mujer de tu vida, que volverá en unos años a dorarte la píldora y a acompañarte hasta que la palmes con ochenta tacos fulminado mientras sufrías viendo el partido repetido de tu Atleti por televisión. Que no existe lo imposible, Pepe, joder, y lo sabes...(...). Pero que muy bien, que sí, que tienes razón, pero que me dejes jugar de nuevo otra Final de la Copa de Europa...
   El sabio Nelson Mandela, después de más de un cuarto de siglo de cautiverio en galeras, afirmó un día: «Yo nunca pierdo, yo a veces gano y otras aprendo». Siguiendo al Real Madrid se aprende mucho más de fútbol. Siguiendo al Atleti se aprende mucho más de la vida. El Real Madrid es follar cada noche de concierto con quien sea mientras suponga una victoria moral, ligándose muchas veces a la más guapa de la sala más pop. El Atlético ha compuesto su historia a ritmo de bolero y es el rock and roll de un concierto bullanguero de garito, las colas de espera en los baños, las consecuencias de una noche de farra y las ansias de soñar rápidamente renovadas a pesar de hallarse otro año más en cabestrillo. A fin de cuentas, son el disfrute cotidiano y constante frente al disfrute puntual y extraordinario. El más ganador de los ganadores frente al más ganador de los perdedores...
   Y hablando de boleros, citaré como cierre el preferido de la persona que más he admirado en mi vida y por la que soy del Atleti de Madrid, aunque él lo dejase de ser de forma activa, no sentimental, con el paso de los años: 

«Contigo aprendí que existen nuevas y mejores emociones. 
Contigo aprendí a conocer un mundo nuevo de ilusiones. 
Aprendí que la semana tiene más de siete días, 
a hacer mayores mis contadas alegrías 
y a ser dichoso yo contigo aprendí…».






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